Elegir la basura. Telebasura y libertad
La basura es menos lesiva, más fácil de generar y más efímera que el deterioro en la independencia de la información, independencia en cuya construcción hay que invertir generaciones de ciudadanos demócratas y libres de leer las revistas y ver los programas que deseen.
Periódicamente, los críticos cinematográficos se dedican a hacer listas con las mejores películas de la historia del cine. Las selecciones resultantes son abrumadoramente absurdas, porque en realidad cine no se ha hecho desde Griffith, Eisenstein y algunas cosas de Welles, aunque se hayan producido miles y miles de películas.
A veces los expertos no eligen las mejores películas, sino las peores, y en este caso las selecciones son mucho más reñidas, porque hay más competencia. Hacer listas es siempre muy delicado, no en vano hace unos años un héroe nacional -por entonces lo era-, Mario Conde, era elegido el hombre más atractivo de España, atractivo que después ha paseado por los centros penitenciarios, desconociéndose la opinión de los reclusos. Es importante considerar que la mayoría de las selecciones son coyunturales. Si los listados se aplican a un medio tan vertiginoso como la televisión, posicionarse resulta temerario: lo que hoy es basura, mañana puede ser el éxito de la temporada, y viceversa, que la viceversa es siempre el terror de los programadores, para la mayoría de los cuales serían válidas unas tarjetas de visita en las que pusiera: "departamento de contraprogramación y viceversa".
El debate veraniego sobre los contenidos televisivos, la confección por parte de especialistas de alguna lista de programas basura y la reacción posterior de responsables vinculados a alguno de esos programas resultan conmovedores. Tildar de telebasura a algunos de los programas de más éxito de la programación, además de hiriente para sus seguidores -entre los cuales me incluyo, siquiera solidariamente-, es poco sensible desde una perspectiva global. Hace bastantes años, una revista semanal líder de ventas titulaba un reportaje sobre el hijo de Pantoja y Paquirri Paquirrín estrena tacatá , y en las fotos se veía al infante en pañales caminando con un tacatá. Si diseccionar las andanzas de personajes populares en televisión equivale a basura , entonces la industria editorial española de semanarios es un verdadero vertedero, porque los actuales líderes de la televisión no son sino una trasposición a las 625 líneas de las revistas que desde hace años lideran las ventas en los kioskos. Que yo sepa, ningún presidente de gobierno se ha lamentado nunca de la utilización de un bebé con tacatá en un reportaje. Y si, trasponiendo la anécdota, se trata de abrir un debate real sobre la función pública de la televisión, los gobernantes deben dedicar su esfuerzo no a combatir la estulticia en las emisiones privadas, sino a profundizar en la función social de las televisiones públicas, cuyos mandatos estatutarios se vulneran desde que fueron redactados, en algunos casos hace más de veinte años, pese a que pagamos sus emisiones con nuestros impuestos para, en teoría, disfrutar de un servicio público que esos estatutos definen detalladamente.
Al respecto de las listas de programas basura caben numerosos matices. Como uno de los críticos votantes recordaba, una cosa es telebasura y otra es basura de tele, un matiz rebuscado que tiende a ocultar que es perfectamente posible hacer un excelente programa basura (caso de Crónicas marcianas ) por la misma razón por la cual es posible hacer un programa infame con mimbres muy cultos, caso de Sánchez Dragó diseccionando El Quijote y leyendo ante la cámara una farragosa despedida, oculto tras sus lentes, durante interminables minutos. Pero, abundando en esto, también resulta posible discutir qué es basura, o bien qué es más basura: el onanismo en Hotel Glam compitiendo contra los pequeños enredos saineteros de Noche de fiesta o cualquiera de sus alardes de calzoncillos de sábado noche, que es la reedición catódica de Godzilla contra los monstruos . A mí, que Yola masturbe o no a Dinio me parece risible, pero que la televisión pública mantenga ese tipo de contenidos me parece escandaloso. Lo mismo se puede decir, por dejar tranquilo a José Luis Moreno, de otros programas del tipo Noche de impacto , que en prime time -y en TVE, no recuerdo el título concreto del programa- nos muestran catástrofes, sangre, atropellos, suicidios telebasura o basura de tele, tanto monta: el ránking que motivó la airada respuesta de Sardá en Crónicas es visiblemente sesgado e incompleto. También su respuesta y su rabieta: Sardá no está defendiendo la calidad de las primeras ediciones de Crónicas , sino la de las últimas, y sencillamente el programa no es el mismo, aunque siga triunfando. Desde aquí expreso al gran profesional mi felicitación por el éxito de un programa que desde hace mucho tiempo creo insoportable, pero que si encabeza alguna lista es la de programas líderes de audiencia. Cuando no quiero verlo, por cierto, sencillamente no lo pongo.
Curiosamente, todo el lío montado en torno a la telebasura, nutrida de gentes que coyunturalmente ganan dinero a espuertas exhibiendo sus propias intimidades y por encima de sus capacidades reales -es decir: fenómenos televisivos puros, en su inmensa mayoría inconsistentes-, sitúa en segundo plano algo de enorme importancia en la evolución de la televisión y el audiovisual ibéricos, la fusión de las dos plataformas digitales. Hay televisión de alta calidad, pero hay que pagarla. Una plataforma digital sólida y estructurada, televisiones privadas que ofrecen sus contenidos mediante la pesca de recursos publicitarios y emiten en abierto ¿sigue siendo necesaria la existencia de una televisión pública? Diría que sólo en términos estrictamente políticos, porque cuando los políticos se sientan en su despacho aprecian, de primera mano, la importancia de ser dueños y señores de una herramienta de primera calidad para actuar sobre la opinión pública. Por eso, de la telebasura preocupa que además de no ser teledecente es libertaria y contestona, mientras que el tacatá de Paquirrín nunca ha clamado contra la política exterior del Gobierno. Si nuestros dirigentes se preocupan por la indecencia en televisión es porque tienen a la televisión a buen recaudo. Que pregunten a Blair qué le parece la exhibición de desnudos o el tono del vocabulario de un canal privado y probablemente responda, con razón, que su verdadero problema es que la BBC, cadena pública del país que él gobierna, le ha acusado de manipular la información relativa al armamento en Irak. Para cuando algo así suceda en España, Yola, Pocholo y compañía estarán olvidados: la basura es menos lesiva, más fácil de generar y más efímera que el deterioro en la independencia de la información, independencia en cuya construcción hay que invertir generaciones de ciudadanos demócratas y libres de leer las revistas y ver los programas que deseen.
JOSEBA LOPEZ ORTEGA (El Correo – 9 Agosto 2003)
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Anomalía catódica (Juan Cueto)
Hay que dejar funcionar a su aire, sin intervenciones "neoliberales" directas o transversales, la libertad de mercado y la libre competencia entre las empresas audiovisuales. Sólo desde la normalidad catódica es posible discutir de telebasura.
Desde el momento en que Aznar ha entrado al trapo en el debate casero de la telebasura culpando de la misma a los empresarios de las televisiones, el asunto siempre aplazado del anómalo paisaje audiovisual español ha cambiado de tono y de escala. Nunca en asuntos de televisión se había alcanzado un cinismo mayor, más posmoderno, y por fin hay que situar el problema español en la escala europea de las aberraciones catódicas.
Cuando el presidente del Gobierno, después de aclarar que está "a favor de la libre empresa y de la competencia entre los medios de comunicación", advierte, sin embargo, que "todo tiene sus límites", nos está hablando lisa y llanamente de la anomalía audiovisual española que él mismo ha creado a imagen y semejanza de la famosa anomalía italiana de Berlusconi, aunque sin necesidad de tener acciones personales en las cinco cadenas controladas. Porque en nuestro país son cuatro y no cinco, como en el caso ya mundialmente célebre del presidente italiano (RAI 1, RAI 2, Canale 5, Rete 4 e Italia 1), las empresas de televisión generalista en las que el Gobierno de Aznar tiene su responsabilidad directa, indirecta o sencillamente transversal, aunque por aquí abajo finjamos normalidad, no queramos darnos por enterados de la profunda extravagancia de nuestro patio mediático: dos cadenas estatales (TVE y La 2); Antena 3, que ahora cambia de manos pero no de partido, al cabo de aquella famosa e impune operación de Telefónica montada desde La Moncloa y nunca desactivada; y Tele 5, que en estos momentos, no lo olvidemos, ya es propiedad mayoritaria de Berlusconi y que, a pesar de ciertos islotes de libertad, funciona como delegación española de Forza Italia (o de Publitalia, pero es todo lo mismo), y en caso de emergencia, del PP.
Habría una diferencia entre Aznar y Berlusconi respecto al control gubernamental del extraño sistema catódico que como por acaso nos ha brotado en el sur de Europa. El presidente español no necesita controlar la cuenta de resultados de las cuatro cadenas ni la sinergia publicitaria entre ellas; sólo le basta controlar la línea editorial y la sinergia ideológica, moral y religiosa. Son suficientes dos llamadas locales del palacio de la Moncloa al vértice de las empresas estatales o privadas españolas, más una conferencia a Italia, para tenerlo todo tan controlado como el mismísimo Berlusconi, y encima, sin que nadie de dentro o fuera hable de conflicto de intereses, como en el caso del presidente-empresario del Palacio Chigi. Pero hay que reconocer que Aznar lo tiene mucho mejor planteado que su colega y que el castellano maneja con mucha más astucia que el milanés los hilos del guiñol pentacatódico italiano. Por ejemplo, y para volver a la telebasura. Fue suficiente que Aznar le dijera a Luis del Olmo, en Onda Cero, aquello de que "todo tiene un límite" al referirse a un tipo de programas cuya descripción coincidía literalmente con la de Hotel Glam, aunque sin citarlo, para que a la semana siguiente el consejero-delegado de Tele 5, el italiano Paolo Vasile, admitiera que Hotel Glam fue un "error" que no se volverá a repetir. Esta vez, ni siquiera tuvo que gastar un euro La Moncloa en conferencia telefónica a Italia: sinergia pura por magia simpática. La única vez que el presidente del Gobierno se refiere explícitamente al modelo audiovisual español es para hablar de telebasura, concepto polémico donde los haya y cuya complejidad filosófica, moral y democrática analizó Gustavo Bueno en un reciente ensayo "triturador" (Telebasura y democracia, Ediciones B) y que, al cabo de su lectura, sería muy conveniente evitar simplificaciones; las de la progresía tanto como las de la regresía. Entendido el mensaje: la anomalía audiovisual española no está en la obscenidad de ese modelo catódico que nadie pone en solfa y amenaza con perpetuarse con los últimos maquillajes empresariales, sino en la emisión de cosas parecidas al neoesperpento de Hotel Glam.
Por un lado, como viejo adicto a la mirada pop, me encanta que el país discuta acaloradamente, inducido desde las alturas políticas y religiosas, sobre lo freak, lo kitch, la trash TV, la cultura basura y otras tardías estéticas populares del siglo pasado; por el otro, me maravilla la facilidad de Aznar para desviar la atención de la basura general, estructural, que emite el modelo catódico español, con su permanente atentado a todas las pluralidades, incluidas las de la libre empresa y las de información y comunicación, a la telebasura concreta de unas parrillas públicas y privadas que La Moncloa maneja cundo es necesario sin necesidad de levantar el teléfono; y que, miren ustedes, tampoco son una exclusiva de las televisiones españolas ni claman más al cielo que las de otros paisajes audiovisuales europeos, en los que, sin embargo, se respeta lo único que en este caso no admite excepción ni anomalía: la pluralidad. Mientras existan informativos patológicamente enfermos y tan obscenos como los del modelo catódico español, con sus urdacis y buruagas, hablar de telebasura española suena a chiste gore pasado de siglo.
No es difícil saber qué hay que hacer con la telebasura española. En primer lugar, resolver de una vez por todas la anomalía de nuestro paisaje audiovisual, empezando por ese virus permanente y que todo lo contagia, TVE; después, dejar funcionar a su aire, sin intervenciones "neoliberales" directas o transversales, la libertad de mercado y la libre competencia entre las empresas audiovisuales. Sólo desde la normalidad catódica es posible discutir de telebasura. Después, es suficiente con cambiar de conversación.
JUAN CUETO (El País – 20 Julio 2003)
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